- “Oh Dios mío, no me olvides; sólo te tengo a ti”.
- “¿Cómo iba a olvidarte? Tú eres mi felicidad”.
- “¿Felicidad? Tú has asesinado mi felicidad. ¡Asesino, asesino,
asesino…!”
Quizás uno de los diálogos más impactantes de la nueva versión del
clásico más conocido de León Tolstoi, “Anna Karenina”, el último film de Joe Wright, que repite historia de época y protagonista tras su personal visión de “Orgullo
y Prejuicio”.
La británica Keira Knightley es la encargada de dar vida a esta
heroína de la Rusia Imperial, a través de la cual podemos admirar a una actriz
mucho más madura y entregada a un personaje tan complicado como extremo. Muy atrás
ha quedado aquella Knightley que encarnó en 2003 a Elizabeth Swann en “Piratas del Caribe”.
En la actualidad, sus cometidos son muy diferentes. A pesar de su
confesado miedo escénico (que afronta con sus propios trucos) se mueve por la
pantalla como si el papel estuviese hecho a su medida. Karenina es una mujer “fuera
de época” que pretende desafiar los convencionalismos sociales de la era que le
ha tocado vivir (finales del siglo XIX) con el único fin de anteponer su pasión
y, sobre todo, el amor. En este caso, el que siente por un oficial de
caballería (interpretado por Aaron Johnson), a pesar de estar casada y tener un
hijo.
Marginar socialmente
Por supuesto, y fiel al texto literario, la película también nos
deja entrever una dura crítica a la aristocracia de la Rusia imperial, su
hipocresía por marginar socialmente y señalar a la que consideran una adúltera (-
“Se ha saltado las reglas y eso es peor que infringir las leyes” –subrayan),
mientras la mayoría de los señores hacen lo propio con sus amantes casuales.
El otro gran sufridor de esta historia es el marido de Anna, un
alto funcionario del Gobierno, Karenin, interpretado por un muy bien
caracterizado e irreconocible Jude Law. Él está enterado del adulterio de su
esposa pero es capaz de olvidar este hecho, a cambio de que se guarden las
apariencias sociales:
- “Tú seguirás conservando tu posición, todos tus derechos y tus
deberes pero debes dejar de verlo” – le
dice a Anna Karenina.
Pero su mujer no está dispuesta a renunciar al único sentimiento
verdadero que ha experimentado en su vida (-Estoy condenada; lo sé”-afirma
mirando al cielo) y, por ello, la historia transcurre entre dos extremos: desde
la pasión más desenfrenada hasta la amargura y el drama más desgarrado.
La propia Knightley ha asegurado en una entrevista que siente
tristeza por la protagonista de esta novela. "Ella ha probado el romance y la lujuria, y se convierte en la única forma que tiene de comprender el amor. Es incapaz de vivirlo en un contexto diferente. Por eso, acaba sintiéndose miserable; jamás volverá a sentir la sensación de aquella primera vez".
Búsqueda de la felicidad
El tema de la religión también está muy presente, sobre todo
encarnado en otra historia paralela que el director de la película no ha
querido omitir: la de Levin, un terrateniente bondadoso, que pretende mejorar
las vidas de sus siervos y que, incluso, trabaja a diario junto a ellos.
El latifundista busca su felicidad de forma incansable y de
diversas maneras, hecho que consigue finalmente cuando encuentra a Dios y su
vida se llena espiritualmente.
Cabe destacar ese curioso teatro que aparece en la mayoría de las
escenas como un personaje más y que hace que, en ocasiones, casi confundamos, la
película con una obra teatral, a la que le acompañan curiosas coreografías, danzas,
cámaras lentas, congelación de las imágenes, telones que se abren y se cierran…
¡todo un espectáculo!