ESTRÉS: sí, la nueva y masificada droga del nuevo siglo que no hay que tomar de forma oral, nasal ni intravenosa; que no hay que importar de ningún otro país alejado; a la que todos en mayor o menor medida estamos enganchados; que nos va cautivando sin piedad en el día a día y la que, sin duda, sí ejerce desde molestos a letales efectos secundarios en el organismo.
Habitualmente nos enzarzamos en un
mar de prisas desde que el despertador suena y nuestros perezosos ojos se abren
para sumar un día más en el contador universal. Atascos, carreras, mal
nutrición, discusiones, enfados… nos hemos convertido en unos seres autómatas
que vagan por las calles en busca de su cotidiano y rutinario lugar de trabajo.
Silenciosos, cabizbajos, cada uno sumado en sus pensamientos –normalmente negativos
o sometidos a los asuntos que nos esperan- ignoramos que a nuestro lado existen
otros seres humanos con la capacidad de comunicarse. Y así, vamos olvidando
algo tan preciado como la educación, la conversación que tanto relaja, que nos
hace olvidar, en ocasiones, problemas que nos parecen un mundo y que, al
verbalizarlos, se empequeñecen como cachorritos, e incluso nos alivian.
Comunicarse= Antiestrés
El que nos otorgó esa única capacidad de hablar, razonar y
relacionarnos, quizás olvidó que alguna vez podríamos arrinconarla
voluntariamente para optar por el retiro espontáneo. Craso error a veces.
Nuestras vidas ocurren automáticas,
tal si fuésemos inconscientes y aquello que llamamos tiempo se sucediera sin
que apenas nos diésemos cuenta. Y, de repente, abrimos los ojos y nos hacemos
más de nuestro estado de fatiga no sólo física, sino mental y psicológica.
Ya hace siglos que el propio
Hipócrates percibió la existencia de un rival interior, ya que para el creador
del primer sistema médico, “la salud es el estado de armonía perfecto de
fuerzas en su equilibrio”. Por lo tanto, la perturbación de esa mesura produce
desequilibrios –ya sean psicosociales, biogénicos, físicos o externos-. La
clave está en el cambio (algo que algunos no llevan demasiado bien). Un cambio
produce un imprevisto, una incertidumbre, algo no esperado y eso supone una
gran ansiedad en algunas personas porque son una novedad no planificada.
¿Parece exagerado? Pensemos en un
informe o trabajo de última hora que deberíamos tenerlo para ¡ya!; Un accidente
inesperado o atasco en la carretera que nos impide llegar a tiempo a una cita
importante; Un despertador que no suena y que nos hace llegar tarde al trabajo,
mientras vamos pensando qué explicaciones vamos a dar o qué cara vamos a poner
al jefe… En definitiva, todos hemos pasado alguna vez por esa sensación estresante,
pero lo importante es saber controlarlo en su justa medida y reconocer las
señales de su exceso lo antes posible.
Pero el cambio es, al fin y al cabo, inevitable. Hay que adaptarse a él lo mejor posible y con la mejor actitud posible; aunque puede traer ansiedad, también trae nuevas posibilidades :)
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