Saturday, September 8, 2012

Almacenes (con rejas) de Enfermos Mentales


La cárcel es un sitio que nos aleja y encierra de todo lo que nos rodea y todos los que queremos, ya que, al fin y al cabo, ésa es su misión. No es un espacio agradable pero tampoco parece ser el mejor lugar para que alguien se rehabilite o se reinserte en la sociedad, tal y como demuestran día a día las personas que desfilan por este lúgubre lugar. Y si a esto se le suma que esa persona sufre algún tipo de trastorno psicológico, las circunstancias acaban complicándose aún más.
La existencia de psiquiátricos penitenciarios es un hecho; también en España. Concretamente existen dos: uno en Alicante y otro en Sevilla, dentro de la propia prisión de Sevilla II.

Población psiquiátrica

La evolución de la población psiquiátrica reclusa se ha disparado en poco más de una década. La misma asociación Pro Derechos Humanos denuncia que en las cárceles españolas, que además son las más pobladas de Europa, hay un total de 19.000 personas con alguna enfermedad mental grave (refiriéndose a cuadros psicóticos, depresiones y trastornos derivados de la droga como los más frecuentes). Asimismo, aseguran que el 90% de estos presos son esquizofrénicos paranoicos y que uno de cada cuatro internos tiene un trastorno mental. A esto se une el hecho de que en 1986 la Ley de Sanidad suprimió la existencia de los manicomios. Por lo tanto, hoy día no hay alternativas a los penales para estas personas. Así, el mismo José Chamizo, defensor del Pueblo Andaluz, ha acuñado una frase muy significativa para definir esta circunstancia, afirmando que las prisiones se han convertido en  “almacenes de enfermos mentales”.
Realmente tiene la razón. Para estas personas enfermas sólo existen actualmente unas 580 plazas en los dos únicos penales psiquiátricos que hay en el país. El resto de los presos con esquizofrenias, paranoias, o trastornos de personalidad acaban en distintas cárceles, generando un grave problema, no sólo por el aumento de  volumen, sino porque los funcionarios que los atienden no han sido adiestrados para tratar a este tipo de enfermos. Tampoco se ideó ningún tipo de red de centros de día o residencias de corta, media o larga estancia, ni se incentivó la coordinación con el resto de servicios de las respectivas comunidades.

Medicación psiquiátrica

Un ejemplo de esta omisión administrativa podría ser la cárcel asturiana de Villabona, donde el propio director de la institución, José Carlos Díez de la Varga, reafirma que “es algo muy preocupante el estado de estos presos, tanto o más que la masificación, porque con ellos, cualquier chispa puede hacer saltar el fuego”. Además, aporta cifras que aluden a que el 40% de los reclusos (en total hay unos 586) toma algún tipo de medicación psiquiátrica. Por eso, se alarma al exclamar rotundamente que “la prisión no es el lugar para un enfermo mental, no están diseñadas para eso, aquí hacemos lo que podemos, pero sólo pueden empeorar”.
Al margen de la importante labor de asociaciones, organizaciones no gubernamentales, algunos voluntarios o incluso la Iglesia, los enfermos mentales aún no han encontrado un hueco adecuado en la sociedad. Por lo tanto, esta situación pone de manifiesto que el tema de la salud mental sigue siendo una de las asignaturas más pendientes del país.

Estrés: droga, moda o enfermedad del nuevo siglo



ESTRÉS: sí, la nueva y masificada droga del nuevo siglo que no hay que tomar de forma oral, nasal ni intravenosa; que no hay que importar de ningún otro país alejado; a la que todos en mayor o menor medida estamos enganchados; que nos va cautivando sin piedad en el día a día y la que, sin duda, sí ejerce desde molestos a letales efectos secundarios en el organismo.
Habitualmente nos enzarzamos en un mar de prisas desde que el despertador suena y nuestros perezosos ojos se abren para sumar un día más en el contador universal. Atascos, carreras, mal nutrición, discusiones, enfados… nos hemos convertido en unos seres autómatas que vagan por las calles en busca de su cotidiano y rutinario lugar de trabajo. Silenciosos, cabizbajos, cada uno sumado en sus pensamientos –normalmente negativos o sometidos a los asuntos que nos esperan- ignoramos que a nuestro lado existen otros seres humanos con la capacidad de comunicarse. Y así, vamos olvidando algo tan preciado como la educación, la conversación que tanto relaja, que nos hace olvidar, en ocasiones, problemas que nos parecen un mundo y que, al verbalizarlos, se empequeñecen como cachorritos, e incluso nos alivian.

Comunicarse= Antiestrés

El que nos otorgó esa única capacidad de hablar, razonar y relacionarnos, quizás olvidó que alguna vez podríamos arrinconarla voluntariamente para optar por el retiro espontáneo. Craso error a veces.
Nuestras vidas ocurren automáticas, tal si fuésemos inconscientes y aquello que llamamos tiempo se sucediera sin que apenas nos diésemos cuenta. Y, de repente, abrimos los ojos y nos hacemos más de nuestro estado de fatiga no sólo física, sino mental y psicológica.

Hipócrates y el equilibrio

Ya hace siglos que el propio Hipócrates percibió la existencia de un rival interior, ya que para el creador del primer sistema médico, “la salud es el estado de armonía perfecto de fuerzas en su equilibrio”. Por lo tanto, la perturbación de esa mesura produce desequilibrios –ya sean psicosociales, biogénicos, físicos o externos-. La clave está en el cambio (algo que algunos no llevan demasiado bien). Un cambio produce un imprevisto, una incertidumbre, algo no esperado y eso supone una gran ansiedad en algunas personas porque son una novedad no planificada.
¿Parece exagerado? Pensemos en un informe o trabajo de última hora que deberíamos tenerlo para ¡ya!; Un accidente inesperado o atasco en la carretera que nos impide llegar a tiempo a una cita importante; Un despertador que no suena y que nos hace llegar tarde al trabajo, mientras vamos pensando qué explicaciones vamos a dar o qué cara vamos a poner al jefe… En definitiva, todos hemos pasado alguna vez por esa sensación estresante, pero lo importante es saber controlarlo en su justa medida y reconocer las señales de su exceso lo antes posible.