La cárcel es un sitio que nos aleja y encierra de todo lo
que nos rodea y todos los que queremos, ya que, al fin y al cabo, ésa es su
misión. No es un espacio agradable pero tampoco parece ser el mejor lugar para
que alguien se rehabilite o se reinserte en la sociedad, tal y como demuestran
día a día las personas que desfilan por este lúgubre lugar. Y si a esto se le
suma que esa persona sufre algún tipo de trastorno psicológico, las
circunstancias acaban complicándose aún más.
La existencia de psiquiátricos penitenciarios es un hecho;
también en España. Concretamente existen dos: uno en Alicante y otro en
Sevilla, dentro de la propia prisión de Sevilla II.
Población psiquiátrica
La evolución de la población psiquiátrica reclusa se ha disparado
en poco más de una década. La misma asociación Pro Derechos Humanos denuncia
que en las cárceles españolas, que además son las más pobladas de Europa, hay un
total de 19.000 personas con alguna enfermedad mental grave (refiriéndose a cuadros
psicóticos, depresiones y trastornos derivados de la droga como los más
frecuentes). Asimismo, aseguran que el 90% de estos presos son esquizofrénicos
paranoicos y que uno de cada cuatro internos tiene un trastorno mental. A esto
se une el hecho de que en 1986 la
Ley de Sanidad suprimió la existencia de los manicomios. Por
lo tanto, hoy día no hay alternativas a los penales para estas personas. Así,
el mismo José Chamizo, defensor del Pueblo Andaluz, ha acuñado una frase muy
significativa para definir esta circunstancia, afirmando que las prisiones se
han convertido en “almacenes de enfermos
mentales”.
Realmente tiene la razón. Para estas personas enfermas sólo
existen actualmente unas 580 plazas en los dos únicos penales psiquiátricos que
hay en el país. El resto de los presos con esquizofrenias, paranoias, o
trastornos de personalidad acaban en distintas cárceles, generando un grave
problema, no sólo por el aumento de volumen, sino porque los funcionarios que los
atienden no han sido adiestrados para tratar a este tipo de enfermos. Tampoco
se ideó ningún tipo de red de centros de día o residencias de corta, media o
larga estancia, ni se incentivó la coordinación con el resto de servicios de las
respectivas comunidades.
Medicación
psiquiátrica
Un ejemplo de esta omisión administrativa podría ser la
cárcel asturiana de Villabona, donde el propio director de la institución, José
Carlos Díez de la Varga ,
reafirma que “es algo muy preocupante el estado de estos presos, tanto o más
que la masificación, porque con ellos, cualquier chispa puede hacer saltar el
fuego”. Además, aporta cifras que aluden a que el 40% de los reclusos (en total
hay unos 586) toma algún tipo de medicación psiquiátrica. Por eso, se alarma al
exclamar rotundamente que “la prisión no es el lugar para un enfermo mental, no
están diseñadas para eso, aquí hacemos lo que podemos, pero sólo pueden
empeorar”.
Al margen de la importante labor de asociaciones,
organizaciones no gubernamentales, algunos voluntarios o incluso la Iglesia , los enfermos
mentales aún no han encontrado un hueco adecuado en la sociedad. Por lo tanto,
esta situación pone de manifiesto que el tema de la salud mental sigue siendo
una de las asignaturas más pendientes del país.